
Un proyecto político degenera
cuando su horizonte utópico desaparece. Si se renuncia al horizonte propuesto,
entonces toda lucha se reduce a incluirse a lo ya establecido. Lo que se
pretendía revolucionario se vuelve conservador. Si no hay horizonte, tampoco
hay proyecto, la lucha se pierde en el puro cálculo político. Esta devaluación
de la política tiene que ver con la pérdida de horizonte; sin esta referencia,
el único criterio posible es el poder. La lucha es ahora lucha por ganar el
poder. Pero si la única garantía es el poder, entonces hasta el proyecto mismo
se vuelve una mediación más para mantener el poder; de ese modo desaparece el proyecto
y su horizonte, y todo se circunscribe a lo inmediato. Aparece el mentado
“realismo político”; el revolucionario se hace reformista. Perdido el
horizonte, su política se reduce al puro cálculo de intereses; ahora lucha por
el poder, el proyecto que proclamaba se diluye en pura retórica.