sábado, 14 de julio de 2012

EL CÓNDOR, ENTRE EL CIELO Y LOS HOMBRES

Foto: Luis Astudillo / Andes
Por: Robertson Vinueza
Las laderas del Illimani fueron por siglos parajes predilectos del cóndor majestuoso, que buscaba sus presas entre las rocas altísimas, casi a la altura de las nieves perpetuas, o bajaba al altiplano donde abundaba la comida, sin el peligro de ser atacado por los hombres, quienes lo veneraban porque lo creían inmortal y el encargado de levantar cada día al sol tras las crestas de los montes. Pero el tiempo cambio, el hombre se volvió hostil, los parajes donde encontrar comida con facilidad comenzaron a escasear y el ave gigantesca inició su vuelo a la desaparición.

Los humanos se olvidaron de que el mítico animal, de pomposo vuelo, era solo un carroñero y envenenaron su comida para exterminarlo, porque de algún lugar surgió la leyenda de que diezmaba los rebaños o remontaba las alturas con carneros enormes entre sus patas para dejarlos caer luego contra las piedras.

Su hábitat, antes diseminado por toda la cordillera de Los Andes, desde Venezuela hasta el Cabo de Hornos, se redujo drásticamente y solo animales aislados sobreviven en regiones muy agrestes, aunque también en zoológicos y sitios reservados para su reproducción, donde el hombre aún los visita, maravillado por sus movimientos solemnes y su espléndida forma de planear.

El avance irreductible de la civilización llenó de torres eléctricas la cordillera y cientos de ejemplares murieron electrocutados en los cables año tras año.

Estudios recientes revelaron que no más de siete mil cóndores sobreviven en libertad en Suramérica, dos terceras partes de ellos en Argentina y Chile, en tanto en Bolivia nadie sabe con certeza cuántos quedan y solo muy esporádicamente se les ve descender de las alturas del Illimani en busca de las cumbres vecinas.
Indígenas de los alrededores admiten que pueden pasar semanas sin divisar el grave planear de algún ejemplar solitario, en tanto otros creen que su partida es la causa fundamental de las malas cosechas, las heladas habituales, las inundaciones y hasta de las enfermedades.

Símbolo multinacional
El cóndor marcó por generaciones a la región, al extremo de que en cuatro de los países -Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador- aparece en la bandera, o el escudo, y hasta en ambas inclusive, mientras construcciones, tejidos y representaciones de la América prehispánica revelan la veneración que despertó.

Representa al indio originario de Los Andes en la Yawar Fiesta (la fiesta de la sangre), en la cual uno de ellos es atado a un toro (representa al conquistador), en una batalla que solo termina con la muerte de uno de los dos, casi siempre del toro.

Conocido científicamente como vultur griphus, ocupa un puesto preferencial si no entre las aves más grandes del mundo, sí entre aquellas con mayor capacidad para ascender a grandes alturas.

Aunque cede en peso y tamaño al avestruz, sobre todo al que habita el desierto del norte de África, el cuerpo del cóndor llega hasta los 120 centímetros y sus alas extendidas alcanzan los 3.5 metros, pero solo los machos en edad adulta.

Los adultos machos se pueden identificar con facilidad por las plumas blancas en la parte dorsal de las alas y por la prominencia de su cresta y papada.

Estudios realizados en Perú demostraron que pueden planear con facilidad 200 kilómetros en un día hasta la costa del Pacífico solo para devorar leones marinos muertos o huevos de aves, y regresar en la tarde a su morada habitual.

El cóndor es monógamo y solo la muerte de su pareja lo lleva a buscar una nueva compañera, con la cual comparte el incubamiento del huevo, uno cada dos o tres años, y la crianza del polluelo hasta que este puede abandonar el nido y comenzar un vuelo lleno de peligros entre el cielo y los hombres.


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