Foto: Luis Astudillo / Andes |
Las laderas del Illimani fueron
por siglos parajes predilectos del cóndor majestuoso, que buscaba sus presas
entre las rocas altísimas, casi a la altura de las nieves perpetuas, o bajaba
al altiplano donde abundaba la comida, sin el peligro de ser atacado por los
hombres, quienes lo veneraban porque lo creían inmortal y el encargado de
levantar cada día al sol tras las crestas de los montes. Pero el tiempo cambio,
el hombre se volvió hostil, los parajes donde encontrar comida con facilidad
comenzaron a escasear y el ave gigantesca inició su vuelo a la desaparición.
Los humanos se olvidaron de que
el mítico animal, de pomposo vuelo, era solo un carroñero y envenenaron su
comida para exterminarlo, porque de algún lugar surgió la leyenda de que
diezmaba los rebaños o remontaba las alturas con carneros enormes entre sus
patas para dejarlos caer luego contra las piedras.
Su hábitat, antes diseminado por
toda la cordillera de Los Andes, desde Venezuela hasta el Cabo de Hornos, se
redujo drásticamente y solo animales aislados sobreviven en regiones muy
agrestes, aunque también en zoológicos y sitios reservados para su
reproducción, donde el hombre aún los visita, maravillado por sus movimientos
solemnes y su espléndida forma de planear.
El avance irreductible de la
civilización llenó de torres eléctricas la cordillera y cientos de ejemplares
murieron electrocutados en los cables año tras año.
Estudios recientes revelaron que
no más de siete mil cóndores sobreviven en libertad en Suramérica, dos terceras
partes de ellos en Argentina y Chile, en tanto en Bolivia nadie sabe con
certeza cuántos quedan y solo muy esporádicamente se les ve descender de las
alturas del Illimani en busca de las cumbres vecinas.
Indígenas de los alrededores
admiten que pueden pasar semanas sin divisar el grave planear de algún ejemplar
solitario, en tanto otros creen que su partida es la causa fundamental de las
malas cosechas, las heladas habituales, las inundaciones y hasta de las
enfermedades.
Símbolo multinacional
El cóndor marcó por generaciones
a la región, al extremo de que en cuatro de los países -Bolivia, Chile,
Colombia y Ecuador- aparece en la bandera, o el escudo, y hasta en ambas
inclusive, mientras construcciones, tejidos y representaciones de la América
prehispánica revelan la veneración que despertó.
Representa al indio originario de
Los Andes en la Yawar Fiesta (la fiesta de la sangre), en la cual uno de ellos
es atado a un toro (representa al conquistador), en una batalla que solo
termina con la muerte de uno de los dos, casi siempre del toro.
Conocido científicamente como
vultur griphus, ocupa un puesto preferencial si no entre las aves más grandes
del mundo, sí entre aquellas con mayor capacidad para ascender a grandes
alturas.
Aunque cede en peso y tamaño al
avestruz, sobre todo al que habita el desierto del norte de África, el cuerpo
del cóndor llega hasta los 120 centímetros y sus alas extendidas alcanzan los
3.5 metros, pero solo los machos en edad adulta.
Los adultos machos se pueden
identificar con facilidad por las plumas blancas en la parte dorsal de las alas
y por la prominencia de su cresta y papada.
Estudios realizados en Perú
demostraron que pueden planear con facilidad 200 kilómetros en un día hasta la
costa del Pacífico solo para devorar leones marinos muertos o huevos de aves, y
regresar en la tarde a su morada habitual.
El cóndor es monógamo y solo la
muerte de su pareja lo lleva a buscar una nueva compañera, con la cual comparte
el incubamiento del huevo, uno cada dos o tres años, y la crianza del polluelo
hasta que este puede abandonar el nido y comenzar un vuelo lleno de peligros
entre el cielo y los hombres.
ENLACE A ESTA NOTA: http://andes.info.ec/reportajes/3974.html
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