Sentada en el suelo, Marta Llampa entrelaza
concentrada hilos rojos y negros que se comunican poco a poco en formas
sinuosas, hasta emerger en el tejido los khurus (animales míticos), en una
técnica milenaria y única rescatada por el pueblo jalq’a, en Bolivia.
Las mujeres jalq’as dedican mucho
tiempo a confeccionar estos textiles, muy afamados a nivel internacional y los
más antiguos de la zona de la cordillera de los Andes, porque "gracias a
lo que ganamos por la venta de estos tejidos ha mejorado la vida de mi
comunidad", contó a IPS esta tejedora de la comunidad campesina de
Caraviri.
Esta comunidad se ubica a unos 64 kilómetros de Sucre, la capital oficial de Bolivia y del suroriental departamento de Chuquisaca, uno de los dos en que viven los aproximadamente 26.000 miembros de este grupo de lengua quechua.
Su especial elaboración estuvo a punto de desaparecer en los años 70, cuando se produjo un saqueo de su técnica, apropiada por productores textiles de otros lugares de Bolivia y del exterior, lo que unido a un proceso de aculturación de los habitantes de la región, llevó al abandono de la confección de esta artesanía allí donde nació.
El rescate comenzó con la creación en 1986 de la Fundación para la Investigación Antropológica y el Etnodesarrollo de Antropólogos del Sur Andino (Asur), que opera en Chuquisaca y el vecino departamento de Potosí, el otro donde habitan los jalq’a.
La fundación instituyó el programa Renacimiento del Arte Indígena, "con el fin de recuperar los textiles tradicionales jalq’a, para que no se perdiese un arte tan valioso", dijo a IPS la representante de Asur, Alejandra Lucia.
Fue una idea de un matrimonio de antropólogos chilenos, Verónica Cereceda y Gabriel Martínez. "Al conocer la belleza de estos tejidos e investigar el lugar de donde provenían, se dieron cuenta de la pobreza extrema en la que vivía esta gente, no existía agua, luz y había una alta tasa de mortalidad infantil", explicó Lucia.
Decidieron, entonces, rescatar estos pallays (zonas de expresión o diseños en los tejidos) y, así, ayudar a la gente de donde eran originarios. Empezaron a trabajar en una pequeña comunidad con un grupo de mujeres.
"Las abuelas tenían la cabeza y la técnica, las niñas eran las manos y los ojos, y de esta manera empieza el proceso de recuperación de estos tejidos", relató.
Ni los promotores ni las tejedoras sabían si el esfuerzo daría resultados. Pero el éxito llegó y las mujeres pasaron a obtener ingresos propios y a participar activamente en la economía de sus hogares y la comunidad. Antes, ellas se dedicaban a cuidar la casa, los hijos, los animales, la siembra o lo cosecha, pero sin obtener ingresos por ello.
Asur trabaja ahora con 150 tejedoras de diferentes comunidades, aunque Caraviri sigue en el centro de su actividad. Llampa gana el equivalente a 175 dólares por cada tejido que según su complejidad tarda en elaborar de dos a cuatro meses.
Puede parecer poco, pero para esta madre de dos adolescentes, representa un cambio enorme. "Antes la pobreza era terrible y ahora no nos falta lo esencial", dijo al explicar que le gustaría tejer más horas, pero la atención a su familia y a su hogar se lo impide.
Las comunidades también reciben ayuda de la gobernación de Chuquisaca para diferentes proyectos de desarrollo, explicó a IPS la directora de Turismo, Verónica Rojas.
Uno de ellos es la apertura de una tienda para la venta directa de la producción de las tejedoras de Asur, en la que ellas manejarán el negocio y se quedarán con los beneficios. Además, recibirán capacitación constante para que produzcan los tejidos actuales, así como mantillas y otros textiles propios de la región.
"Cada tejido lo realizamos en dos o tres meses de acuerdo al tamaño, cada trabajo es único porque lo sacamos de nuestras cabezas, así nos lo enseñaron desde muy niñas nuestras madres y abuelas", detalló a IPS la tejedora Balbina Coragua, de la comunidad de Maragua, también cercana a Sucre.
Como ella solo tiene un hijo ya independizado puede dedicar más tiempo a tejer y gana en promedio unos 200 dólares mensuales. "Mi vida y la de mi familia ha cambiado para bien, y me siento feliz que sea por mis pallays", dijo.
Las mujeres son las que confeccionan las vestimentas jalq’as. Mujeres y varones se distinguen por sus sombreros blancos tipo bombín, con tiras bordadas. También blancos suelen ser los pantalones y camisas de ellos, sobre los que portan unos ponchos oscuros, tejidos con unas rayas de colores tan sutiles que de lejos parecen monocolores.
De ellas lo que más destaca es el axsu, dos tejidos alargados con pallays, sobrepuestos sobre sus almillas (blusas) y polleras (faldas) generalmente oscuras, y cosidos en la cintura. Es la pieza central del atuendo femenino quechua y aymara desde el siglo XV y solo sobrevive en algunas culturas, como la jalq’a.
Los axsu festivos tienen diseños y adornos muy ricos y el atuendo femenino se completa con una lliklla, una fina manteleta o media capa bordada. Muchos axsus se exponen en fiestas y ceremonias como cuadros.
Son tejidos cuyo origen se remonta a 4.000 años atrás y que constituyen algunas de las manifestaciones más antiguas, complejas y desarrollas de la cosmogonía andina. Son también una forma de lenguaje mediante el que cada comunidad dibuja su identidad común y sus diferencias.
Por ello, sus pallays son interpretados y leídos como textos que cuentan historias, pensamientos y visiones particulares de cada comunidad y cada artesana.
De ahí que cuando se exhiben o portan, los grupos jalq’a se reconocen entre sí y entre las diferentes comunidades. No solo se consideran los tejidos andinos más antiguos sino aquellos en que los hilados tienen la mayor capacidad expresiva, en un país muy rico en diseños y bordados.
El paisaje del tejido jalq'a es del "Ukhu Pacha", un mundo sagrado, descrito por sus artesanas como un espacio desordenado, caótico y de oscuridad, muerte, sueños, miedo y multiplicación. Estas figuras extrañas son los khurus, animales míticos que los jalq'a creen que aparecen cuando alguien está solo o en un lugar remoto.
Existen tres tipos de khurus: Imaginarios o que no existen, los conocidos pero deformados (caballos con lenguas y colas excesivas, vacas con espaldas alargadas, por ejemplo) y animales más realistas (monos, llamas).
Dentro de los khurus existen las llamadas "uñas" que son los wawas (hijos) de estos seres, en permanente reproducción sin distinción entre macho y hembra. Los wawas no son de la especie progenitora, y de un perro puede nacer un ave o un gato.
Es una confusión que las tejedoras explican como "chaxrusqa kanan tian", la descripción de que el universo descrito "debe ser desordenado".
El resultado son textiles de gran belleza, de una expresividad única, cuya calidad llevan a que más que una artesanía sean valorados como obras de arte de un patrimonio universal que con muchas dificultades los jalq’as defienden.
Esta comunidad se ubica a unos 64 kilómetros de Sucre, la capital oficial de Bolivia y del suroriental departamento de Chuquisaca, uno de los dos en que viven los aproximadamente 26.000 miembros de este grupo de lengua quechua.
Su especial elaboración estuvo a punto de desaparecer en los años 70, cuando se produjo un saqueo de su técnica, apropiada por productores textiles de otros lugares de Bolivia y del exterior, lo que unido a un proceso de aculturación de los habitantes de la región, llevó al abandono de la confección de esta artesanía allí donde nació.
El rescate comenzó con la creación en 1986 de la Fundación para la Investigación Antropológica y el Etnodesarrollo de Antropólogos del Sur Andino (Asur), que opera en Chuquisaca y el vecino departamento de Potosí, el otro donde habitan los jalq’a.
La fundación instituyó el programa Renacimiento del Arte Indígena, "con el fin de recuperar los textiles tradicionales jalq’a, para que no se perdiese un arte tan valioso", dijo a IPS la representante de Asur, Alejandra Lucia.
Fue una idea de un matrimonio de antropólogos chilenos, Verónica Cereceda y Gabriel Martínez. "Al conocer la belleza de estos tejidos e investigar el lugar de donde provenían, se dieron cuenta de la pobreza extrema en la que vivía esta gente, no existía agua, luz y había una alta tasa de mortalidad infantil", explicó Lucia.
Decidieron, entonces, rescatar estos pallays (zonas de expresión o diseños en los tejidos) y, así, ayudar a la gente de donde eran originarios. Empezaron a trabajar en una pequeña comunidad con un grupo de mujeres.
"Las abuelas tenían la cabeza y la técnica, las niñas eran las manos y los ojos, y de esta manera empieza el proceso de recuperación de estos tejidos", relató.
Ni los promotores ni las tejedoras sabían si el esfuerzo daría resultados. Pero el éxito llegó y las mujeres pasaron a obtener ingresos propios y a participar activamente en la economía de sus hogares y la comunidad. Antes, ellas se dedicaban a cuidar la casa, los hijos, los animales, la siembra o lo cosecha, pero sin obtener ingresos por ello.
Asur trabaja ahora con 150 tejedoras de diferentes comunidades, aunque Caraviri sigue en el centro de su actividad. Llampa gana el equivalente a 175 dólares por cada tejido que según su complejidad tarda en elaborar de dos a cuatro meses.
Puede parecer poco, pero para esta madre de dos adolescentes, representa un cambio enorme. "Antes la pobreza era terrible y ahora no nos falta lo esencial", dijo al explicar que le gustaría tejer más horas, pero la atención a su familia y a su hogar se lo impide.
Las comunidades también reciben ayuda de la gobernación de Chuquisaca para diferentes proyectos de desarrollo, explicó a IPS la directora de Turismo, Verónica Rojas.
Uno de ellos es la apertura de una tienda para la venta directa de la producción de las tejedoras de Asur, en la que ellas manejarán el negocio y se quedarán con los beneficios. Además, recibirán capacitación constante para que produzcan los tejidos actuales, así como mantillas y otros textiles propios de la región.
"Cada tejido lo realizamos en dos o tres meses de acuerdo al tamaño, cada trabajo es único porque lo sacamos de nuestras cabezas, así nos lo enseñaron desde muy niñas nuestras madres y abuelas", detalló a IPS la tejedora Balbina Coragua, de la comunidad de Maragua, también cercana a Sucre.
Como ella solo tiene un hijo ya independizado puede dedicar más tiempo a tejer y gana en promedio unos 200 dólares mensuales. "Mi vida y la de mi familia ha cambiado para bien, y me siento feliz que sea por mis pallays", dijo.
Las mujeres son las que confeccionan las vestimentas jalq’as. Mujeres y varones se distinguen por sus sombreros blancos tipo bombín, con tiras bordadas. También blancos suelen ser los pantalones y camisas de ellos, sobre los que portan unos ponchos oscuros, tejidos con unas rayas de colores tan sutiles que de lejos parecen monocolores.
De ellas lo que más destaca es el axsu, dos tejidos alargados con pallays, sobrepuestos sobre sus almillas (blusas) y polleras (faldas) generalmente oscuras, y cosidos en la cintura. Es la pieza central del atuendo femenino quechua y aymara desde el siglo XV y solo sobrevive en algunas culturas, como la jalq’a.
Los axsu festivos tienen diseños y adornos muy ricos y el atuendo femenino se completa con una lliklla, una fina manteleta o media capa bordada. Muchos axsus se exponen en fiestas y ceremonias como cuadros.
Son tejidos cuyo origen se remonta a 4.000 años atrás y que constituyen algunas de las manifestaciones más antiguas, complejas y desarrollas de la cosmogonía andina. Son también una forma de lenguaje mediante el que cada comunidad dibuja su identidad común y sus diferencias.
Por ello, sus pallays son interpretados y leídos como textos que cuentan historias, pensamientos y visiones particulares de cada comunidad y cada artesana.
De ahí que cuando se exhiben o portan, los grupos jalq’a se reconocen entre sí y entre las diferentes comunidades. No solo se consideran los tejidos andinos más antiguos sino aquellos en que los hilados tienen la mayor capacidad expresiva, en un país muy rico en diseños y bordados.
El paisaje del tejido jalq'a es del "Ukhu Pacha", un mundo sagrado, descrito por sus artesanas como un espacio desordenado, caótico y de oscuridad, muerte, sueños, miedo y multiplicación. Estas figuras extrañas son los khurus, animales míticos que los jalq'a creen que aparecen cuando alguien está solo o en un lugar remoto.
Existen tres tipos de khurus: Imaginarios o que no existen, los conocidos pero deformados (caballos con lenguas y colas excesivas, vacas con espaldas alargadas, por ejemplo) y animales más realistas (monos, llamas).
Dentro de los khurus existen las llamadas "uñas" que son los wawas (hijos) de estos seres, en permanente reproducción sin distinción entre macho y hembra. Los wawas no son de la especie progenitora, y de un perro puede nacer un ave o un gato.
Es una confusión que las tejedoras explican como "chaxrusqa kanan tian", la descripción de que el universo descrito "debe ser desordenado".
El resultado son textiles de gran belleza, de una expresividad única, cuya calidad llevan a que más que una artesanía sean valorados como obras de arte de un patrimonio universal que con muchas dificultades los jalq’as defienden.
FUENTE : IPS
ENLACE A LA NOTA: http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=101161
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